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                        La misma oración

La misma oración

“Manténganse constantes en la oración, […] y dando gracias a Dios” (Colosenses 4:2).
Hace un tiempo leí una anécdota contada por el pastor H. B. Charles. Según él, había una señora que siempre que asistía a la iglesia repetía la misma oración: “Oh, Señor; gracias, Jesús”. Cuando la gente la veía llegar al templo sabían de memoria que ella diría: “Oh, Señor; gracias, Jesús”.

Intrigado por esta situación, un hermano se acercó a la dama y le preguntó:
-¿Por qué usted siempre hace la misma plegaria: “Oh, Señor; gracias, Jesús”? Ella sonrió y le dijo:
-Lo que hago es combinar dos oraciones. Yo vivo en una zona donde se cometen muchos delitos. Por las noches las balas vuelan por encima de mi casa, y tengo que proteger a mi hija con mi propio cuerpo. En esos momentos solo atino a decir: “Oh, Señor”. Pero cuando el sol entra radiante por mi ventana y veo que seguimos con vida, que el Señor nos ha protegido, entonces oro: “Gracias, Jesús”. Luego, cuando salgo de mi casa a trabajar y me despido de mi hija ignorando si podré volver a verla, clamo: “Oh, Señor”; pero cuando llego a la casa por la tarde y encuentro a mi niña sana y salva, mi oración es: “Gracias, Jesús”. Estas son mis dos oraciones. Cuando asisto a la iglesia lo que hago es unirlas en una sola frase: “Oh, Señor; gracias, Jesús”.
Ella clamaba al Señor, y cuando el Señor atendía su clamor, ella le agradecía. El Señor declaró: “Clama a mí y yo te responderé” (Jeremías 33:3, RV95). ¿No te parece una promesa maravillosa? Sí, puedes clamar al Señor; acudir a él, procurar su auxilio. No te canses de repetir tu clamor ante su presencia. Dios no está interesado en la estructura sintáctica ni morfológica de tu plegaria; él está pendiente de lo que dice tu corazón. Más que palabras, él quiere escuchar el ruego mudo de tu corazón, aunque siempre sea el mismo: “Oh, Señor…” Pero cuando Jesús haya escuchado tu petición, entonces no te olvides de mostrarle tu agradecimiento; acude a él y dile: “Gracias, Jesús”.
Orar no es complicado. Solo necesitas hablar con Dios con fervor y sinceridad, como si lo estuvieras haciendo con tu mejor amigo.



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