La manera divina de enumerar los días de la semana
Recordemos del tema anterior que cuando Dios creó los cielos
y la tierra durante la semana creativa, nombró los días del primero al séptimo
de la siguiente manera: Día primero, día segundo, día tercero, día cuarto, día
quinto, día sexto y día séptimo. Gén. 1:5, 8, 13, 19, 23, 31; 2:2, 3. Nuestro
Creador destacó tan solo el séptimo y último día de la semana con tres
atributos divinos: reposo, bendición y santificación. Gén. 2:1-3.
Los babilónicos, siendo el primer reino establecido sobre la
tierra después del diluvio, tienen el idioma escrito más antiguo. Sus letras
datan de miles años antes de Cristo. Lo maravilloso es que siguieron enumerando
inicialmente los días tal como Dios lo había instituido durante la creación,
del uno al siete.
[notice]Para mucha gente será asombroso enterarse que los
babilónicos (como los asirios que también se desarrollaron en Mesopotamia y
tenían un idioma escrito parecido) enumeraron los días de la semana del uno al
siete. Pero al séptimo día no solo lo llamaron “séptimo día” sino también,
sa-ba-tú (día de reposo).[/notice]
Los días festivos de los babilónicos
caían siempre en el séptimo día; en los días 7, 14, 21 y 28 del mes. Los
babilónicos primitivos mantuvieron el ritmo semanal divino de siete días de la
creación con el sábado como séptimo y último día de la semana.
http://de.wikipedia.org/wiki/Woche
Esto significa que el conocimiento del nombre distintivo
sábado (día de descanso) designado para el séptimo día de la semana, ya estaba
en uso cientos de años antes que el pueblo hebreo fue fundada por Dios mediante
Abraham.
“Inscripciones asirias y caldeas (babilónicas) de una fecha
anterior al tiempo de Moisés, hacen referencia á la semana de siete días, y al
séptimo día como día de descanso, en el cual era ilícito para el común de las
gentes trabajar, y lo era para el rey salir en carro ó desempeñar funciones
especiales.” “Diccionario de la Santa Biblia” Editorial Caribe – W. W. Rand –
Página 563.
Mucha gente piensa que el sábado apareció por primera vez
mediante las dos tablas de la ley y fue entregado exclusivamente a los judíos
en el monte Sinaí. Éx. 20:8-11. Pero esa ley ya estaba en vigencia antes que el
pueblo hebreo llegue al monte Sinaí. Vea Éx. 16. Y ahora nos hemos enterado que
ya estaba en vigencia con nombre distintivo en Babilonia. ¿De dónde obtuvieron
los babilónicos este conocimiento? Obviamente de Noé y su familia que eran sus
antecesores de los cuales provenían. Incluso en el relato del diluvio
encontramos el ritmo semanal de siete días. Gén. 8:10, 12. Noé y su familia lo
habían traído del mundo antediluviano. Y ¿dónde encontramos el origen del día
de descanso en el mundo antediluviano? En el último día del relato de la
creación, en el cual nuestro Creador estableció el día de descanso con los
atributos de santificación y bendición. Vea Gén. 2:1-3.
La nueva manera babilónica de nombrar los días según los astros
Recordemos del tema anterior que los
babilónicos comenzaron una nueva forma de nombrar los días de la semana según
los astros que adoraban. Con el sol en el primer lugar, seguido por la luna y
los planetas. Esta forma pagana y astrológica de nombrar los días se extendió
desde Babilonia a nivel mundial después de la confusión de lenguas. Decenas de
pueblos e idiomas adoptaron esa forma de nombrar los días, manteniendo siempre
el mismo orden (día del sol, día de la luna, día de Marte, día de Mercurio, día
de Júpiter, día de Venus y día de Saturno). He aquí algunos de esos pueblos o
idiomas: Babilonia, Asiria, Persia, Grecia, Roma, las tribus bárbaras que
conquistaron al Imperio Romano, el Egipto antiguo, India, Mongolia, Ceylon, el
Chino antiguo, Japonés, Coreano, Vietnamita, Tíbet, Bután, Siam, Birmania, etc.
Las dos escuelas
Como vimos, los babilónicos (como también los asirios)
usaron originalmente la forma correcta de enumerar los días, según lo
instituido por nuestro Creador durante la creación. Cuando instituyeron la
nueva manera astrológica de nombrar los días según los astros que adoraban, no
todos estaban de acuerdo, ni participaron de esta apostasía. Es por eso que
cuando Dios confundió las lenguas y esparció las personas desde Babilonia sobre
toda la tierra, encontramos decenas de pueblos e idiomas que mantuvieron
completa- o parcialmente la forma original de enumerar los días según el
original divino. He aquí algunos de esos pueblos o idiomas: Babilonia
originalmente, Asiria originalmente, árabe antiguo y moderno, Maltés, Etiopía,
varias tribus africanas, Malayo, Javanés, tribus de Borneo, Madagascar y Nueva
Guinea, Congo, etc.
Ismael el originador del mundo árabe
Hay que poner énfasis en el hecho que los países árabes,
musulmanes (hoy mayormente islámicos), mantienen en sus idiomas la manera
original y bíblica de enumerar los días. El originador del mundo árabe es
Ismael (el primer hijo de Abram), quien estuvo con su padre por aproximadamente
17 años hasta que tuvo que abandonar su hogar con su madre Agar. Esos 17 años
guardó el ritmo semanal según lo instituido por Dios, enumerándolo
correctamente y con el día de reposo en séptimo y último lugar. Cuando tuvo que
ir, Dios escuchó la voz del muchacho y estaba con él. Vea Gén. 21. Ismael
obviamente siguió manteniendo lo que había aprendido y lo transmitió a su
descendencia como lo evidencian los idiomas árabes hasta el día de hoy.
“Diccionario de la Santa Biblia” Editorial Caribe – W. W. Rand – Página 309.
Abraham y la descendencia espiritual de la mujer después del diluvio
Dios prometió al creyente babilónico Abram una gran
descendencia que sería “como las estrellas del cielo y como la arena del mar”.
Gén. 22:17. Dios cambió su nombre de Abram a Abraham, que significa “padre de
una multitud”. Gén. 17:5. Dios le prometió una tierra llamada Canaán (la tierra
donde fluye leche y miel) a la cual llegó después de salir de Babilonia (Ur de
los caldeos). Gén. 11:31; 12:1, 5; 17:8; Éx. 3:17.
Abraham, Isaac, Esaú, Jacob (Israel), sus doce hijos y José
Abraham tuvo un hijo llamado Isaac, el cual tuvo dos
hijos llamados Esaú y Jacob. Desafortunadamente Esaú menospreció su
primogenitura y la “vendió” a su hermano Jacob, quien además lo engañó
apoderándose de la bendición de su padre Isaac. Tuve que huir de la ira de su
hermano. En la lejanía se casó y tuvo doce hijos. El menor se llamaba José
quien era un joven muy entregado a Dios. De tal manera que Dios lo bendijo con
el don de ver el futuro mediante sueños. Llegó el día en el cual Jacob se
arrepintió de lo que había hecho a su hermano y volvió a la tierra de su
nacimiento. En la noche antes de su reencuentro luchó con el ángel del Señor y
exigió su bendición. Cuando la obtuvo estaba en paz para el reencuentro y la
reconciliación. Podía enfrentar la posible muerte pues había recibido el perdón
de Dios mediante la bendición recibida. Dios cambió su nombre de Jacob a
“Israel” que significa que luchó con Dios y fue victorioso. De ahí sus descendientes
fueron conocidos como los Israelitas. Gén. 21:2, 3; 25:20, 24-34; Gén 32:28.
Vea también los capítulos 27-33.
José fue vendido por envidia por sus hermanos como esclavo a
Egipto. Ahí pudo salvar a todo el país de Egipto de una terrible hambruna gracias
al don que Dios le había otorgado. Como agradecimiento el Faraón trajo toda la
familia de José de Canaán para que se establezcan en Egipto. Vea los capítulos
de Gén. 37, 42, 46, 47.
El plan de Dios para su pueblo elegido
El plan de Dios para Abraham y su descendencia era
establecerlos lejos de Babilonia en Canaán. Física- y geográficamente debían
estar apartados de la falsa religión, de las costumbres paganas con sus
divinidades e imágenes, y sobre todo de la adoración del sol.
Antes de morir José, su familia ya estaba bien establecida
en Egipto. Tenían una muy buena relación con el Faraón y los egipcios. Jacob
incluso bendijo al Faraón al llegar. Gén. 47:7. Ellos fueron honrados, vivían
en paz y libertad, recibieron las mejores tierras y gozaban de muchos
privilegios. Gén. 47:11.
El plan de Dios no era que se establezcan en Egipto, siendo
ese país una “hija de Babilonia” con las mismas costumbres y prácticas paganas.
Ap. 17:5. Pero por diversas circunstancias llegaron a estar allí. Pero aún así
Dios los bendijo en ese lugar prometiendo que hará de ellos una gran
descendencia aún estando en Egipto. Pero prometió además que los volvería a
traer de vuelta a Canaán. Gén. 46:3, 4.
Antes de morir, José recordó el plan original que Dios había
tenido con su descendencia y dijo a sus hermanos que un día volverán a la
tierra prometida. Gén. 50:24. Quizás incluso recordó también la profecía que
fue dada a su bisabuelo Abram que después de 400 años volverían a salir de
Egipto. Gén. 15:13, 14.
La lucha del diablo por extinguir la descendencia de la mujer
Como ya vimos, José era un joven fiel, íntegro y consagrado
a Dios. Es por eso que recibió el don de ver el futuro mediante sueños. Su
honestidad y responsabilidad se pueden ver en sus actitudes con su amo Potifar
en Egipto y luego en la cárcel a la cual fue echado por su desprecio y rechazo
a la mentira y al engaño, rechazando la oferta pecaminosa de la esposa de
Potifar, de acostarse con ella. José nunca traicionaría a nadie y Dios estaba
con él. Vea los capítulos de Gén. 37, 39-41.
Pero sus once hermanos eran lo contrario. Tenían mala fama,
envidiaron a su hermano, se burlaban de él, no pudieron hablarle pacíficamente,
lo aborrecieron y odiaban de tal manera que querían matarle. Finalmente lo
vendieron como esclavo y mintieron a su padre diciendo que fue presa de un
animal salvaje. Gén. 37:2-32.
Aquí vemos que el diablo ya tenía once de los doce
descendientes en sus garras. Solo quedaba uno fiel y obediente a Dios. El diablo
quiso impedir el plan divino y destruir a José tal como lo había hecho con Abel
para extinguir la descendencia simbólica y espiritual de la mujer fiel (vea los
temas anteriores). El diablo quiso que los hermanos lo maten. Pero hubo una
chispa de conciencia en uno de ellos (el Espíritu Santo tocó la conciencia de
Judá) y decidieron no matarlo sino venderlo como esclavo a Egipto. Gén. 37:26.
El suegro de José
En Egipto, el diablo quiso subyugar, desanimar y corromper a
José a toda costa. Lo tentó con la esposa de Potífar y luego lo echó en la
cárcel. Pero José se mantuvo fiel. Así que el diablo intentó una última
maniobra. Lo hizo casar con Asenat, la hija de Potífera (sacerdote de On). No
fue Dios quien escogió la esposa para José, sino fue el pagano Faraón de
Egipto. Gén. 41:45.
“On” significa sol o luz. Era la famosa ciudad
egipcia de Heliópolis, la ciudad del sol. Los árabes la llamaban “Ain-Shems”,
que significa fuente del sol. Jeremías, 43:13, llama a esta ciudad “Bet-semés”,
esto es, casa o templo del sol.
Esa ciudad era el antiguo centro del culto que los Egipcios
tributaban al sol. Y el suegro de José era justamente el sacerdote de On
(aparentemente el máximo sacerdote del sol en todo Egipto). “Diccionario de la
Santa Biblia” Editorial Caribe – W. W. Rand – Página 278, 279.
Pero aún con estos lazos familiares José se mantuvo fiel al
verdadero Dios, creador de los cielos y de la tierra.
Desafortunadamente los Israelitas adoptaron
con el transcurso de las generaciones poco a poco muchas de las costumbres
egipcias. Entre ellas estaba la idolatría y la adoración del sol como veremos
en unos instantes.
Los Israelitas se habían multiplicado de tal manera que los
Faraones vieron en ellos una amenaza en ellos y los esclavizaron.
Al cabo del tiempo profético, Dios intervino en la historia
mediante Moisés y sacó a su pueblo de la esclavitud egipcia. Primero derramó
las diez famosas plagas sobre Egipto, luego abrió el mar para los Israelitas y
finalmente destruyó al ejército Egipcio.
Adoración del solEl diablo sabía, gracias a la profecía dada
a Abram, que el pueblo de Dios
volvería al cabo de los 400 años a Canaán. Gén.
15:13, 14.
En la ausencia de los hebreos, el enemigo de Dios hizo que
se establezcan en Canaán justamente los gigantes y pueblos guerreros con
ciudades fortificadas. Y cuando el pueblo llegó a las fronteras de Canaán y se
enterró de aquella situación y perdió la fe y confianza en Dios.
Solamente dos de doce espías enviados para reconocer la
tierra mantuvieron la fe (Josué y Caleb). Pero por causa de la incredulidad del
pueblo en general, tuvieron que quedarse otros 40 años en el desierto antes de
tomar Canaán. Números 13:2, 18-33; 14:30-34.
El becerro de oro
En el desierto Dios llamó a Moisés al monte Sinaí para entregarle
los diez mandamientos escritas por Dios mismo en tablas de piedra. En su
ausencia el pueblo hizo un becerro de oro para adorarlo. Éx. 32:1, 2.
El pueblo se había corrompido y apartado del camino que Dios
los mandó al hacer estos ídolos y ofrecerles sacrificios. Éx. 32:7, 8.
¿Por qué hicieron justamente un becerro para adorarlo?
El becerro era el símbolo egipcio del dios sol, pues
el becerro representaba la fertilidad, tal como el sol trae fertilidad mediante
sus rayos a la tierra. Entre sus cuernos (representación de la luna), se
encontraba un disco solar. Y de la frente del becerro salía una serpiente que
se erigió en el centro del disco solar. Sabemos que la serpiente es el símbolo
del diablo que aparece aquí directamente representando al dios sol. Ap. 12:9.
El pueblo madrugó para adorar al becerro de oro. Éx. 32:4-7.
Pues los Israelitas habían aprendido en Egipto que al sol se le adora cuando
nace (al amanecer).
El famoso diácono Esteban, que murió como mártir, dijo antes
de morir en su última predicación que el pueblo hebreo se había apartado de su
señor en esa ocasión y “rindió culto al ejército del cielo” (sol, luna,
estrellas) al adorar el becerro de oro. Hechos 6:5; 7:40-42.
[notice]¡Nosotros debemos adorar únicamente al Dios
verdadero, creador de los cielos y de la tierra![/notice]
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