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«Más solo que la una»

«Más solo que la una»

«Dijo también el Señor: “Simón, Simón, Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he regado por ti”» Lucas 22: 31, 32

NADIE DEBERIA TENER que pasar por la vida en soledad. Hace años una vieja canción decía: «El uno es el número más solitario que jamás escribirás». Y es verdad, ¿no? Aunque más adelante en este año exploraremos el llamamiento de Dios en pro de la comunidad entre los elegidos, reflexiona ahora mismo durante un momento en la gozosa bendición de tener un compañero de oración y de serlo. ¿Tienes uno?
Hace más de una década, un profesor de inglés, Joseph Warren, entró en mi vida sin que nadie lo invitara, y he dado las gracias a Dios desde entonces. Joseph había adquirido el compromiso personal de orar por el predicador en un evento global de televisión por satélite denominado NET ‘98. Y, a medida que transcurrían aquellas cinco semanas, empecé a encontrar oraciones escritas bajo la puerta de mi despacho en la iglesia. Procedían de Joe, el cual, Biblia en mano, las tecleaba en su computadora. El hecho mismo de leerlas me levantaba el ánimo y daba energía a mi alma.
Pero solo después de que pasara la tempestad de la campaña de evangelización tuve ocasión de conocer a este desconocido compañero de oración. Resulta que éramos muy diferentes: diferente raza, diferente profesión, congregación diferente, estilos diferentes. Pero también descubrimos que teníamos mucho en común: el mismo Salvador, la misma comunidad de fe, los mismos valores, pasiones similares, hijos y esposas parecidos. Y así nació una asociación de oración que se ha convertido en amistad personal. Hemos orado el uno por el otro en momentos de alegría y en momentos de crisis. Hemos elevado nuestra voz en presencia del otro (y mientras estamos lejos) por nuestros hijos, nuestras esposas, nuestra universidad, nuestra denominación, nuestros dirigentes, nuestras necesidades y nuestras luchas particulares.
No conozco ningún libro sobre cómo ser un compañero de oración. Pero tenemos un ejemplo divino-humano. Cuando Jesús miró a los ojos de Pedro aquella noche de jueves a horas avanzadas y le recordó «Yo he rogado por ti», nuestro Señor creó un modelo de la regla imperante para los compañeros de oración: oran el uno por el otro. Una buena noticia para un Pedro que estaba a punto de caer: tenía a Alguien orando por él.
Y buena nueva para la persona a la que el Espíritu de Jesús te lleve. ¿No puedes pensar en nadie? ¿Por qué no pides a tu Compañero celestial de oración que te conduzca a alguien con quien puedas compartir el viaje durante una temporada? No solo se enriquecerá tu propia experiencia espiritual, sino que puedes ser la respuesta misma por la que otra persona viene orando. Igual que Jesús.
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